viernes, 26 de septiembre de 2025

Batumi: un rincón entre el mar y las montañas

Batumi: un rincón entre el mar y las montañas

Llegar a Batumi es como abrir un libro lleno de contrastes: una ciudad que vibra al ritmo del mar, con calles modernas, plazas coloridas y, al mismo tiempo, rincones cargados de historia y tradición. Lo que más me sorprendió de esta ciudad georgiana fue la manera en que la vida cotidiana se mezcla con el arte, la gastronomía y la naturaleza, haciendo que cada día de viaje se sienta distinto.

Paseos imprescindibles

Uno de mis momentos favoritos fue caminar por el Boulevard del Mar Negro. Al caer la tarde, el aire húmedo trae el aroma del mar y las luces empiezan a encenderse entre esculturas y cafés. Es un lugar perfecto para sentarse, tomar un café turco y simplemente observar la vida pasar.

A pocos kilómetros del centro descubrí el Jardín Botánico de Batumi. Nunca pensé que un jardín pudiera parecer una selva tropical tan cerca del mar. Allí los caminos se pierden entre helechos, palmeras y flores de todos los colores. Desde lo alto, la vista del Mar Negro es un regalo que se queda grabado en la memoria.

La Torre del Alfabeto me recordó lo único que es Georgia: un país con un idioma y un alfabeto propio, cargado de identidad. Desde lo alto, la panorámica de la ciudad es espectacular.

En el centro, me encantó la Piazza Batumi, con su aire italiano y música en vivo que muchas veces se escucha desde las terrazas. Y muy cerca, la Plaza de Europa con la estatua de Medea sostiene en alto el Vellocino de Oro, recordando que esta tierra tiene raíces en la mitología griega.

Pero lo que más me emocionó fue la estatua de Ali y Nino. Dos figuras de metal que cada día se acercan lentamente hasta unirse y luego separarse otra vez, como un suspiro. Representan una historia de amor imposible entre un joven musulmán y una princesa cristiana. Quedé fascinada mirando cómo las esculturas se movían, casi como si estuvieran vivas, con el mar de fondo.










Sabores que se quedan en el corazón

Viajar a Batumi es también un viaje por los sabores de Adjara. El plato que nunca voy a olvidar es el khachapuri Acharuli: un pan con forma de barquito, relleno de queso derretido, mantequilla y un huevo en el centro. Romper el borde y mezclarlo todo es un ritual que me hizo sonreír desde el primer bocado.

Probé también los khinkali, esos dumplings enormes que hay que comer con cuidado para no perder el caldo que llevan dentro. Y claro, el pescado fresco del Mar Negro, que en Batumi preparan de maneras sencillas pero sabrosas.

Lo mejor es que comer en la ciudad es accesible: por unos pocos dólares puedes disfrutar de una comida abundante y auténtica.




Clima y ambiente

Batumi tiene un clima subtropical: el sol aparece, las nubes se cruzan y de pronto la lluvia te sorprende. Yo aprendí rápido a llevar siempre un paraguas o impermeable en la mochila. En verano, la ciudad está llena de energía, con playas animadas y vida nocturna. Pero creo que primavera y otoño tienen su encanto: hay menos turistas y se puede caminar sin apuro.

Consejos de viajero a viajero

Lleva zapatos cómodos: la ciudad se disfruta caminando.

No subestimes la lluvia: puede aparecer en cualquier momento.

Dedica un día a salir de la ciudad y conocer la región de Adjara: cascadas, montañas y pueblos donde el tiempo parece detenerse.

Y sobre todo: prueba todo lo que te ofrezcan de comer. En Georgia la hospitalidad se sirve en la mesa.



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Un cierre frente al mar

Batumi me dejó la sensación de estar en un lugar único, donde Oriente y Occidente se dan la mano, donde el mar abraza a la ciudad y las montañas la observan desde cerca. Es un destino que invita a perderse entre sus calles, a probar sabores nuevos y a emocionarse frente a una estatua que cuenta una historia de amor eterno.

Si alguna vez viajas a Georgia, guarda un lugar en tu itinerario para Batumi. Estoy segura de que, como me pasó a mí, también te robará un pedacito de corazón.











¡Buen viaje! 


Regreso triunfal (o casi) de una bloggera reincidente


Queridos lectores invisibles (porque después de tantos años de pausa, sospecho que deben estar en modo fantasma): ¡he vuelto! Sí, logré lo que parecía imposible, casi tan complicado como aprender alemán en dos semanas o encontrar el par de medias que siempre se esconde: recuperar la contraseña de mi blog.


Durante este tiempo de silencio digital me dediqué a cosas menores: sobreviví a dos años de encierro, aprendí un idioma nuevo (todavía no sé si el idioma me entiende a mí), viajé, adopté a una gata que ahora gobierna mi casa con mano de hierro y zarpas de terciopelo, escribí un libro, y hasta me animé con poemas —porque siempre es buen momento para rimas existenciales cuando una taza de café está de por medio.


Conocí lugares, festivales, casas ajenas con sillones sospechosos, personas muy interesantes y… otras no tanto (pero también cuentan, porque sirven de material literario). Y si algo me llevo de este paréntesis gigante, es que tuve el privilegio de conocer a mujeres increíbles: maestras de vida, brújulas humanas, artistas del cotidiano. De ellas aprendí tanto que ahora quiero abrir este blog para contar sus historias, hacer entrevistas y que sus voces resuenen aquí como si fueran canciones de sobremesa.










































Sé que por la pausa kilométrica perdí parte de mi comunidad, pero también sé que los buenos reencuentros tienen su encanto. Así que este es mi brindis digital: por volver a escribir, por ustedes que leen, y por las historias que están por venir.


Poco a poco, iremos llenando otra vez este rincón con viajes, turismo, anécdotas y risas. Porque un blog —como la vida— siempre se puede retomar, incluso después de que la contraseña se esconda en un agujero negro intergaláctico.

Y así va pasando la vida en un despertar y en un presente intenso y en un mañana listo para viajes y mundo.